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Para pensar juntos...: "Lo que cuenta es lo que aprendes después de saber" John Wooden

domingo, 30 de septiembre de 2007

El Amor: ni esconderse ni huir

Existe entre los bosquimanos, -un pacífico pueblo del desierto de Kalahari-, una curiosa costumbre: dado que cíclicamente pasan temporadas en las que es difícil obtener alimentos, sus cuerpos tienen una reserva de grasa para esos tiempos difíciles. ¿Dónde? En las nalgas, que sobresalen de modo notable. Así, cuando un joven se enamora de una chica, cuenta, para hacérselo saber, con un diminuto arco y una pequeñita flecha, la cual disparará en algún momento... en la nalga de ella. Si ella le corresponde en el sentir, se acercará a él y se la devolverá. Si no, lo mirará de frente y partirá la flecha en dos. Sin saberlo, esta tribu encarna en cada vínculo el mito griego de Cupido. ¿Quién de nosotros no ha sido herido por esa flecha?

Un vínculo profundo implica, siempre, algún tipo de herida, pues cada vínculo, breve o prolongado, nos esculpe por dentro. Borges lo dijo así: "He ejecutado un acto irreparable: he establecido un vínculo." Pareciera ser que la Vida, al crear a los humanos, nos instaló un mecanismo automático para propiciar nuestra evolución: la necesidad de vincularnos; como las plantas, nos polinizamos recíprocamente en cada relación (y de cada uno dependerá qué fruto dé ese intercambio). Por eso es natural tener miedo a abrirse íntimamente: no sólo tememos al rechazo o al abandono, sino también a la transformación interna que un vínculo pueda dejar en nosotros; ya no seremos los mismos. (Y es que de eso se trata la Vida!...)

¿Cuál es el riesgo mayor ante ese miedo? Cerrarse. Porque cerrarse a las relaciones transformadoras hace que uno se encoja dentro de sí, se en-ferme (etimológicamente: "en ferme" = cerrado). Crecer vincularmente afrontando esos miedos es lo único que puede curar el temor. Porque... ¿cuál es, si no, la otra opción? ¿Esperar a, "algún día", ya no tener miedo para por fin entonces animarse a establecer vínculos? Resultará triste elegir lo que el mismo Borges enunció así: "Es el Amor: tendré que esconderme, o huir". Salga bien o salga mal, un vínculo puede ser un espejo donde verse a sí mismo: un Camino de autoconocimiento. Sólo ese proceso nos lleva desde el amor con minúsculas, a algo mucho más hondo: al Amor, con mayúsculas. Pero, claro, no es fácil (como quizás no lo sea nada de lo que vale la pena en este mundo). Un antiguo relato Zen nos lo dice de este modo:

El aprendiz de la vida tenía una duda en el corazón. No se trataba de una pregunta filosófica, nacida de su intelecto, sino de un cuestionamiento que le surgía desde su propio dolor. (Ésas son las preguntas que verdaderamente valen la pena...)
Fue entonces hasta el recinto donde estaba su instructor, y, con el corazón abierto, le preguntó:
- Maestro... ¿qué es el Amor?.
Su respuesta fue muy breve:
- La ausencia de miedo.
Luego meditar en silencio, el aprendiz volvió a preguntar:
- ¿Y qué es aquello a lo que le tenemos miedo?
Y el maestro contestó:
- A lo que tenemos miedo es al Amor.

Sólo falta aclarar una cosa: no es fácil, en absoluto. Quizás nada de lo que valga la pena lo sea...

- Clickeando aquí Ud. podrá visualizar, en nuestro Blog "Pensamiento Sensible" una frase imperdible de Benigne Bossuet, relacionada con este tema. También hallará todos los textos que hemos compartido hasta hoy.

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aquí)

Imagen: "La ceremonia", de Carolina Larrea.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Un duelo... duele

Es natural: un duelo... duele. Pues con cada instancia que duelamos (alguien que muere, una separación, irse del terruño, perder un amigo...) duelamos, entre otras muertes, una muy puntual: la nuestra. Y esto es, inclusive, un hecho a nivel biológico: nuestro cerebro está tejido, como un macramé, por finos hilos a los que la vida da forma. Cuando algo concluye, una parte de nuestro cerebro se ve obligada a destejerse, como un abrigo que ya no usaremos. Sin embargo, las hebras de ese abrigo no tienen que ser descartadas: con esos mismos hilos necesitaremos tejer una nueva forma interna, un nuevo tramo de vida, una nueva identidad.

Sin embargo, cuando acontece una pérdida, la sensación puntual puede ser la de "nunca más": nunca más reiremos, nunca más respiraremos a pleno, nunca más estaremos con nadie, nunca más saldrá un canto desde nuestros labios... Y es natural que así nos parezca: un duelo... duele. Pero, por favor, no olvidemos que es necesario conservar al menos un pedacito de sí ajeno a esa auto-muerte: una parte que no crea en esos "argumentos definitivos" que el duelo impone... Permitirse, sí, estar turbado y confuso, incinerarse por dentro, y tirar fotos y papeles, y guardar lo guardable, y enojarse, y encerrarse, y salir, y volver a encerrarse... Porque es natural: un duelo... duele. Pero hacer lo imposible (y pedir ayuda si la necesitamos) para que esa parecita interna permanezca sobria, exenta de la negrura, recordándonos, desde en algún lugar recóndito, que la Vida reclama su continuación en nosotros, aunque no sepamos cómo hacerlo (la Vida misma nos lo irá diciendo).

Antiguamente se le llamaba "duelo" a esa instancia en que dos "caballeros" se citaban, cada uno con un arma caminaba en dirección opuesta, dándose la espalda, y a la voz de "ahora" se disparaban mutuamente (triste costumbre aquélla...). También en un duelo interno dos partes están en pugna: una que quiere morirse con lo que ha muerto, y otra que es esa partecita que implica nuestra conexión con la Vida. Es indispensable que la segunda se salve, haciendo oír su voz cada vez más nítidamente a medida que el proceso de duelo se elabore. Y la parte nuestra que muere con lo que se ha ido, resucitará bajo una nueva forma, en la nueva identidad que necesitaremos construir. Será indispensable darse el tiempo justo, hasta saber que es imperioso ya volver a la vida. Ésa será nuestra propia resurrección: el dolor del duelo, transformándonos. Millones de humanos la han vivido o la están viviendo ahora, al leer estas palabras (¿es ése su caso?). De modo tremendamente nítido describió su propio proceso Octavio Paz:


DESPUÉS

Luego de haber cortado todos
los brazos que se tendían hacia mí;
luego de haber tapiado
todas las ventanas y puertas;
luego de haber inundado
con agua envenenada los fosos;
luego de haber edificado

mi casa en la roca
de un No inaccesible

a los halagos y al miedo;
luego de haberme cortado la lengua
y luego de haberla devorado;
luego de haber arrojado

puñados de silencio
y monosílabos de desprecio

a mis amores;
luego de haber olvidado mi nombre
y el nombre de mi lugar natal
y el nombre de mi estirpe;
luego de haberme juzgado
y haberme sentenciado
a perpetua espera y a soledad perpetua,

oí, contra las piedras

de mi calabozo de silogismos,
la embestida húmeda, tierna, insistente,
de la primavera.

Octavio Paz

- Si Ud. ha vivido este tipo de experiencia, superando sus propias muertes internas, y quisiera que esa vivencia sea útil a otros, al clickear aquí encontrará un espacio donde podrá expresarsarse, para así APRENDER TODOS DE TODOS... (Hay varios Foros, uno de ellos destinado especialmente a este blog.)

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Imagen: Cali Rezo.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Ser criticado

¿Miedo a la crítica? Anótelo: en la mayoría de las personas este miedo se ubica entre los de primer rango. ¿Por qué? Porque, instintivamente, como animales gregarios que somos, sentirnos criticados nos hace tener miedo de ser excluidos de la manada. Y,en el reino animal esto significa quedar más expuesto a los depredadores, deambular sin territorio (sin agua ni comida), perder posibilidades de apareamiento... Cuando uno teme a la crítica, entonces, en principio reacciona desde lo más primal que rige nuestra conducta. Así, por largo tiempo, mientras adultece, el animal humano va tratando de adaptarse a los parámetros del sistema (aunque más no sea agrupándose con quienes se oponen al sistema!). Fracciona su identidad, escondiendo partes de sí para no ser exonerado, rechazado, excluido... criticado.

Pero en algunas personas existe una fuerza peculiar que les lleva, -o bien desde siempre, o bien promediando la mitad de la vida-, a, de todos modos, tomar el riesgo de ser diferentes, aunque esto signifique quedar expuestos a la crítica. Hablamos aquí de quienes han decidido convertir su propia vida en un peregrinaje. Sí: los antiguos le llamaban "Camino" al proceso de consolidar la propia identidad desde lo más esencial de sí (o sea, más allá de los condicionamientos del entorno). Y el problema es que si alguien se convierte en un verdadero individuo, será, por definición, diferente, porque en la periferia todos estamos formateados por el sistema imperante, pero en lo más profundo NO: allí cada uno de nosotros es esencialmente único (una modesta nota peculiar en la Gran Partitura de la Creación).

Hay quienes al ver al que Camina se sienten propulsados a caminar también. Pero hay quienes apedrearán al "raro", también instintivamente, como si tuviera una peste que pudiera "contagiar a la manada". De modo que es bueno saberlo: cualquiera que haya decidido apostar sus días a Caminar, necesita estar preparado para las críticas. Algunas le servirán de espejo: es inteligente escucharlas. Otras serán una buena prueba para medir cuán comprometido se está con el Camino como para no dejarse desviar por ellas. Justamente, las críticas de quienes están inmersos en la locura del sistema serán un buen indicio de aquello que se adjudica erróneamente al Quijote: "Ladran, Sancho. Señal de que cabalgamos...". Tan viejo es este tema que así lo dijo hace miles de años Lao Tsé:


Cuando el sabio oye hablar del Camino
trata de vivir en armonía con él.
Cuando el hombre normal oye hablar del Camino
sólo lo comprende en parte.
Cuando el loco estudia el Camino
se ríe de él.
Sin embargo, si el loco no se riera
no sería el Camino.
Por tanto, si buscas el Camino
escucha la risa de los locos.

Lao Tsé




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- Conferencia-Taller gratuito: "El trabajo con las emociones desde la Psicología Transpersonal", en el Jardín Japonés de Buenos Aires, por invitación de la revista "Uno Mismo" al evento "Caminos de Crecimiento". Estará a cargo de la Lic. Virginia Gawel, y será el viernes 28 de septiembre a las 14.30 hs. Para reservar vacante clickear aquí)

domingo, 9 de septiembre de 2007

El camino no elegido

Hay una actitud que suele ser muy difícil de sostener: salir de nuestra zona de comodidad. La "zona de comodidad" es aquella en donde siempre nos movemos, la más mecánica, la que elegimos por ser la más conocida. Puede ir desde cómo reaccionamos afectivamente, a lo que elegimos para vestirnos, comer o hacer turismo. Implica, de por sí, una evitación: la de tomar el riesgo de lo nuevo, o de jugarnos por aquello en lo que nuestro espíritu cree, pero que quizás no sea lo más popular.

Así como un individuo tiene sus propias "zonas de comodidad", también las tiene cada sociedad. Y aquí está el punto: desplegar nuestra real naturaleza rara vez consistirá en ejercer las opciones trilladas que un sistema propone. Implicará explorar la originalidad de quien se es y, generalmente, tomar caminos que son los menos transitados: lo no-masivo, pero también lo no-elitista (pues eso igualmente es parte de la mecanicidad del sistema). Elegir una vocación por amor y no por prestigio, crear una familia o una pareja con hábitos que no necesariamente sean los que la sociedad define como "norma", preferir una vida sencilla en vez del consumo a que nos empuja ese sistema, leer lo que no se lee, pensar lo que no se piensa, construir el propio modo de relacionarse con lo Sagrado, con el cuerpo, con el dinero, con la comida, con el sexo...

Tomar el camino menos trillado es obviar los mandatos que se imponen a nuestro interior, y también es DEJAR DE IMITAR. Cuando, cómodamente, imitamos, estamos ejerciendo la parte más primitiva del cerebro: lo que en biología se llama "cerebro de reptil", pues lo compartimos con las especies más primarias del planeta. Sí: tanto imitar las palabras que impone el programa televisivo del momento, como comprar lo que las vidrieras exhiben (en vez de lo que nuestra estética elegiría) o aún seguir lo que la "alta sociedad" considera como más refinado y de "buen gusto", implicaría ser algo así como... un lagarto! Y tal vez estamos llamados a ser otra cosa, más parecida a las mariposas... Pero eso, claro, es menos cómodo. Y casi siempre está más expuesto a las críticas (lo cual requiere de mucho coraje...). Como decía Elizabeth Kübler Ross, ante cada elección, -aún la más cotidiana-, escoger "la opción más elevada". Y, al final de nuestros días, honrarnos por no haber escogido el camino de lo viejo, lo cómodo, lo que los mandatos señalaban como "lo apropiado para nosotros". Escuchemos juntos:


EL CAMINO NO ELEGIDO

Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
y apenado por no poder tomar los dos,
siendo un viajero solo, largo tiempo estuve de pie
mirando uno de ellos tan lejos como pude,
hasta donde se perdía en la espesura.


Entonces tomé el otro, imparcialmente,
habiendo hecho quizás la elección acertada,
pues era tupido y requería uso.
En cuando a lo que allí vi,
-hubiera elegido cualquiera de los dos,
y ambos esa mañana yacían igualmente-,
decidí guardar aquel primero para otro día.

Aun sabiendo el modo en que las cosas siguen adelante,
dudé si debía haber regresado sobre mis pasos.

Debo estar diciendo esto
con un suspiro de aquí a la eternidad:
dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo,
yo tomé el menos transitado.
Y eso hizo toda la diferencia.


Robert Frost

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- Imagen: "The path of the wise man", de Gilbert Wilson.

lunes, 3 de septiembre de 2007

¿Sustitutos de sí mismos?

¿Ud. conoce alguna persona real? Le preguntamos porque no son las que más abundan. Ojalá que Ud. mismo lo sea, y ojalá que nosotros lleguemos a serlo. Pero... ¿Qué es una "persona real"? Así les llamó Lao Tsé hace miles de años a quienes se han convertido en quienes realmente son (o sea, que se han auto-realizado). Veamos...

"Volverse real" implica hacer una realidad manifiesta aquello que sólo somos sólo en potencia: nuestros talentos y capacidades, lo que vinimos a expresar a este mundo. Pero hay otra acepción: "ser real" es dejar de ser imaginario para sí mismo. En tanto no desarrollamos un verdadero autoconocimiento, creemos ser nuestra autoimagen; así, imaginamos que podemos (cuando quizás podamos otra cosa, pero no ésa), imaginamos que no sabemos o no podemos (cuando en verdad se trata sólo de que no lo hemos intentado), imaginamos que somos de determinada manera, cuando quizás eso que decimos "ser" es nada más que lo aprendido,lo condicionado, y no nuestra real naturaleza, imaginamos ser como otros nos dicen que somos, nos comparamos con las imágenes que vende la sociedad y procuramos ser como esas imágenes dicen que hay que ser...

Esa identidad imaginaria no sólo nos limita: si no trabajamos sobre nosotros mismos se vuelve un triste reemplazo de quienes vinimos a ser. De este modo, -es curioso- una persona puede terminar siendo algo así como un suplente de sí mismo, un sustituto de sí... tal como los dobles de riesgo reemplazan al protagonista de una película. (Sólo que en este caso ese doble puede que le robe al actor principal todo el guión!) Escuchemos cómo Lao Tsé describe a las "personas reales":

"Están llenas aunque parecen estar vacías.
Gobiernan el interior, no el exterior.
Claras y puras, altamente sencillas,
no conciben la artificialidad,
sino que retornan a la simplicidad.
Comprenden lo fundamental,
abrazando el espíritu.
Contemplando la evolución
de los acontecimientos,
se ciñen a la Fuente.
Su atención está enfocada en el interior,
y comprenden la calamidad y la fortuna
en el contexto de la unidad.
Se mantienen en la simplicidad de la totalidad
y permanecen en el centro de la quintaesencia."

Lao Tsé

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