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Para pensar juntos...: "Lo que cuenta es lo que aprendes después de saber" John Wooden

martes, 27 de agosto de 2013

Bendita audacia

Es natural que una parte nuestra sea tímida. “Tímido” viene del latín, “timus”: “temeroso”. Y, sí, vivir implica salir a un mundo imprevisible que despierta las alarmas de algo básico: nuestro instinto de supervivencia. Sin embargo, ese instinto (necesario, por cierto!), no es lo único que nos mueve: existe algo aun más profundo que es el impulso exploratorio. Gracias a él nos alejamos alguna vez de la falda materna. Gracias a él nos atrevimos a lo incierto. Gracias a él podemos cumplir con algo que hace a otra parte de nuestra naturaleza, con raíz en la hondura: la que nos insta a hacer de nuestra vida un experimento.
Gandhi llamó a su autobiografía, justamente, “Mis experimentos con la Verdad”. Maravilloso título! También dijo de sí mismo y de todos: “Yo, débil, tímido, casi insignificante, si siendo como soy hice lo que hice, imagínense lo que pueden hacer todos ustedes juntos.” Él también era tímido! Pero decidió que su vida fuera dirigida por otra parte de sí: su parte audaz, atrevida. “Atrevido” es una bella palabra: significa, en su raíz, “atribuirse, asignarse a sí mismo la capacidad de hacer algo”. Para que nuestra vida cumpla con su Sentido necesitamos ser audaces!
Ser audaz tiene un ingrediente más que la valentía: uno puede ser valiente para soportar la adversidad que viene hacia nosotros. La audacia, en cambio, nos propulsa a salir al encuentro de la vida, hacer que las cosas sucedan, aceptar nuestras reales limitaciones y a la vez crear nuestras propias circunstancias, moviéndonos más allá de donde la timidez manda, con la conciencia de que... la vida es un experimento! No sólo la propia: quizás la vida humana, en sí misma, lo sea, y todos vayamos desplegando, cada cual con su propio Intento, una porción de la evolución colectiva que la Humanidad requiere.
En ese Intento estamos profundamente interconectados, y a la vez es preciso asumirlo como un proceso solitario: nadie puede gestarlo por nosotros. Atrevámonos = atribuyámonos la capacidad de que nuestra vida sea guiada no sólo por el instinto de supervivencia, sino también por el impulso de exploración, esculpiendo con nuestro propio cincel una vida con propósito (para sí mismos, para el Todo). Como dijo el poeta checo Rainer María Rilke:
“Somos solitarios.
Tenemos que aceptar nuestra existencia
tan ampliamente como sea posible.
Todo, aun lo inaudito,
debe ser posible en ella.

Pues sólo quien está apercibido para todo,
quien nada excluye, ni aun lo más enigmático,
sentirá las relaciones con otro ser como algo vivo.
Todos los dragones de nuestra vida tal vez sean
princesas que sólo esperan
vernos un día hermosos y atrevidos.”
Que en los tiempos venideros ejerzamos la audacia, para nuestro bien y para el bien común. Que sepamos fortalecer la solitariedad y la solidaridad. Que seamos capaces de tejer redes de afinidad para apoyarnos mutuamente en el Camino. Que nos atrevamos a atribuirnos nuestra propia vida! Un cálido abrazo para cada un@ de Ustedes, verdadero y cercano:
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del
Centro Transpersonal de Buenos Aires
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Duelar lo que no fue

Hay vidas que quedan detenidas, como un tren lleno de pasajeros que se demorara en una estación aguardando a alguien que no se decidiera a subirse (pero durante horas, días, meses, años...). Un tren que, mientras tanto... no puede llegar a destino!
En ese punto, si nos sucede, nuestra existencia se ha convertido en una sala de espera para lo que no es (y no sabemos si llegará a ser): nos hemos quedado aferrados a nuestra idea de cómo debían ser las cosas... y nos cuesta soltar esa idea, aún con costos altísimos! De allí viene una des-esperación que, si la sabemos escuchar, puede evitarnos el quedar entrampados en lo que plantea la canción del querido Serrat: “No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, ni nada más amado que lo que perdí”.
Aprender a que el tren siga, y a despedirse de aquello que no va a subir (aunque nuestros planes tuvieran otra perspectiva) puede ser doloroso... pero altamente liberador. Lo es lo trabajamos como un proceso: duelar lo que no fue (que puede ser tan arduo como duelar cualquier pérdida de lo que sí hubo en nuestra vida). Hay hijos que no pueden llegar a ser adultos por esperar la aprobación de padres que no han sabido amarlos... hombres y mujeres que no encuentran a quien les aguarda en la próxima estación por esperar que a su tren suba quien ha tomado otra ruta... identidades que hallaríamos si renunciáramos al futuro que imaginamos (pero que el futuro no trajo, lo cual muestra que... nuestro futuro no era ése, sino otro que aún aguarda ser descubierto)... Lo que no hemos tenido, sabido, podido, logrado...
No nos asustemos de la palabra “renunciar”. Renunciar puede ser un acto creativo, generador de lo nuevo. Re-enunciar: donde decíamos “sí”, enunciar un “no” aceptante y maduro... lo cual dará espacio a que pongamos el “sí” donde el “no” estaba cerrándonos puertas hacia caminos aún no transitados. Se trata de una libertad autoadjudicada que nos posibilita ser quienes no sabíamos que también éramos (y tal vez encontrar a quienes ignorábamos que también estaban!). Así termina Robert Frost su poema “El camino no elegido”:
“Debo estar diciendo esto con un suspiro
de aquí a la eternidad:
dos caminos se bifurcaban en un bosque
y yo,
yo tomé el menos transitado;
y eso hizo toda la diferencia.”
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del
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Permiso para deselegir


Existen palabras que están como a punto de nacer, pero todavía no hay suficiente cantidad de gente que esté consciente de su ausencia. Sin embargo... un día las entrañas de muchos se constriñen porque se está dando a luz una nueva comprensión colectiva; y entonces la palabra, como un niño, corona de boca en boca, cual si fuera un parto múltiple, de a cientos... de a miles... Creo ver naciendo, así, una palabra que algún día se volverá imprescindible: deselegir.
Y es que, generación tras generación, hemos creído elegir; elegir la vida que construimos, nuestros quehaceres, nuestros amores, nuestras creencias… nuestros hábitos: hábitos corporales, mentales, emocionales… hábitos. Pero un hábito no es más que un dispositivo automático generado para que nos resulte más sencillo habitar esta Tierra. Mas lo cierto es que eso no fue "elegir "(aunque haya quienes vivan y mueran creyendo que sí): fue adaptarse a lo que sentíamos que era “lo mejor”, creando defensas eficaces para sobrevivir. Pero un día, poco a poco, la conciencia ve, y recién entonces aparece la posibilidad de e-legir. Porque quien elige es un e-lector: un individuo que se discierne a sí mismo de esos "implantes automáticos" y se detiene a leer su realidad; así se da cuenta de lo obvio, asombrado de cómo no había advertido que eso obvio lo estaba asfixiando. (Lo obvio no se ve, justamente porque siempre está ahí, como las pestañas de nuestros ojos…)
En ese proceso uno se palpa por dentro, se ausculta, se escucha... Y puede ser que por un tiempo no sepa qué elegir para sí; pero, aun así, -a pesar de su confusión-, le advenga en cambio una contundente claridad respecto de qué es lo que necesita deselegir lo antes posible: aquello que le hace mal a su ánimo, a su cuerpo, a su tiempo, a su más clara hondura. Costumbres, vínculos, automaltratos y maltratos ajenos, actitudes, destinos erróneos… Entonces es posible que un vigor acrecentado le dé a uno la bravura suficiente como para ejecutar ese magnífico acto que vira el timón de nuestra barca hacia su verdadero Norte. Y así pueda deselegir. Y respirar hondo, porque habrá hecho espacio para lo nuevo.
Y, como en esa instancia uno se siente genuinamente fuerte (aunque a la vez sea delicado como un lirio), ya no necesita tantas defensas: cada vez que lo precise, elegirá desdefenderse (palabra también necesaria, que no implica quedar indefenso, sino instalarse en la mejor condición en la que un ser humano pueda estar: abierto a quienes valgan la pena, en afinidad con la Vida, y contando consigo mismo). Alguna vez lo escribí así:
Mi armadura es la desnudez.
Mi refugio es la intemperie.
Mi defensa es entregarme
desprovista de corazas.
Apoyada en el vacío,
confío en la incertidumbre.
Amparándome en lo frágil
fortalezco transparencias.
¿Y qué hago? Hago silencio
para que puedas oírme.
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires
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Esperarse a sí mismo


A veces somos crueles al evaluarnos: nos miramos, y creemos repetirnos infinitamente. Aquello en lo que aún somos torpes, aquello en lo que la sagacidad aún no se ha despertado del todo... se presenta como inmutable, inmodificable, y nos autorreprochamos: “Siempre lo mismo”, “Nunca aprendo!”, “Es inútil todo lo que haga!”... La palabra “reproche” viene de “reprobación”, “echar en cara”. Y, para crear un buen vínculo consigo mismo, es indispensable ver esa máquina de reprochar que llevamos dentro. Porque suele funcionarle mal un dispositivo: el de la perspectiva. Veamos...
Los procesos de evolución de la conciencia generalmente requieren que hagamos un alto honesto en el camino y nos miremos con hondura: nos repetimos, sí; pero si trabajamos con eso que se repite, nos damos cuenta de que no hay tan exacta repetición. Que, como decía el querido Jung, hay regresiones al servicio de la progresión: retrocedemos en apariencia para ver con más claridad los viejos mecanismos, ingresando a ellos con mayor conciencia que la última vez. Y en ese aparente retroceso, en ese aparente estancamiento, si tenemos vocación de ver y si no nos tratamos con crueldad, observaremos que no estamos caminando en círculo, sino en espiral ascendente. Que en cada recurrencia de una situación nos damos cuenta de más cosas; que empezamos a prever que el mecanismo está por funcionar; que, como desarrollamos la habilidad de pre-verlo y de verlo, dura menos tiempo y tiene menor virulencia...
Hasta que un día sucede: la circunstancia "de siempre" se presenta... pero nos sorprendemos reaccionando de una manera diferente: ese trabajo sobre sí que parecía estéril se ha acumulado, formando una masa crítica, y se abre ante nosotros la alternativa de actuar con una conducta interna o externa que nos asombra: nueva. “No parezco ser yo!” Sin embargo... ese “yo” es más “sí mismo” que el “yo” que antes éramos! Y eso no es todo: en todo ese proceso de repeticiones y transformación, lo que estamos haciendo, a partir de la autoobservación, es modificar circuitos en nuestro cerebro: el cerebro de la persona que puede decir “Basta!”, por ejemplo, ya no es el mismo de quien siempre soportaba todo sin poner límites. (Las Neurociencias pueden certificar ese fenómeno que se da gracias a nuestra plasticidad cerebral: somos capaces de re-tejer nuestro cerebro a fuerza de constancia...)
Tenerse paciencia es una actitud que necesitamos aprender a entrenar. Es parte del arte de saber esperar. Saber esperar-se! Se parece a cuando viajamos en avión y miramos en el mapa electrónico de a bordo el puntito que señala por dónde estamos pasando. Miramos, miramos... y el puntito no se mueve! Parecemos estar detenidos en el aire. Qué nos falta? Perspectiva de tiempo. Qué nos sobra? Ansiedad. Si de pronto nos adormecemos diez minutos, volvemos a mirar... y resulta que estamos sobrevolando otro país!
Desconfiemos de la visión autopunitiva acerca del “repetirnos”. Y, si trabajamos con pacientes, tratemos de trazar su historial de salud para poder apreciar sus progresos: el fruto de su esfuerzo, que posiblemente le esté pasando desapercibido. Honremos todos ese fruto, trabajosamente cultivado, que a veces tarda tiempo en madurar. Pero un día la vida lo toca apenas, y, delicioso, se desprende de la rama...
Escuchemos a la poeta polaca Wislawa Szymborska (Premio Nobel de Literatura en 1996) hablarnos sobre esto desde su propia comprensión:
"Nada ocurre dos veces y no ocurrirá.
Por esta razón nacimos sin práctica y moriremos sin rutina.
Aunque fuéramos los más torpes alumnos en la escuela del mundo
no repetiríamos ningún invierno ni verano.
Ningún día se repetirá,
no hay dos noches parecidas
dos besos iguales
ni dos miradas idénticas en los ojos"
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires
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LA LECCIÓN DEL SAUCE: crear las propias circunstancias


Nacemos tan frágiles, tan sin saber... (y a la vez sabiendo tanto, mas sin poder aún articularlo)... Nacemos y muy pronto tenemos que crear estrategias personales para sobrevivir. Eso casi todo el mundo lo logra: de un modo u otro, la personita crece y se adapta. Pero hay un paso más que no todos dan: para ello hace falta que ese ser frágil se pare en sus propios pies, con flexibilidad y firmeza, y decida algo que asumirá mucho más que la mera adaptación: “Generaré mis propias circunstancias”. Esto significa: “La vida traerá sus propios materiales, pero el alfarero seré yo, tanto como me sea posible.”
No es arrogancia, no: es una cualidad que proviene del espíritu (no del ego), y que se llama autodeterminación. A sabiendas, claramente, de que habremos que lidiar con impedimentos (a veces tremendos), y de que tendremos que hacer del pasado un abono para nuestro verdor... Para vivir así, bien plantados, hay algo que me enseñó el sauce de mi casa. Paso a compartir su conocimiento, para honrar su sabia savia...
Todo sauce (planta sedienta si las hay...) requeriría para su crecimiento de un río, tal como todo ser humano necesitaría afecto, Belleza, alegría, una red de personas valiosas... Y es hermoso cuando a un sauce le es dada la circunstancia de crecer junto a un río: estira, simplemente, sus gruesas raíces, y absorbe deliciosas humedades para robustecerse prósperamente. Sin embargo, alguien plantó este sauce en mi casa. Y yo... no tengo río! Pero descubrí su secreto: él sabía lo que tenía que hacer... En vez de tender cuatro o cinco grandes raíces, como el sauce orillero, multiplicó miles de pequeñas raicillas para obtener agua de donde fuere, con enorme inteligencia y determinación vegetal: por metros y metros uno encuentra, en toda su periferia, que el sauce despereza sus raicillas sorbiendo los restos de las flores que riego, el modesto rocío de la mañana, el desagüe de la cocina, las gotas que derrama la canilla del jardín... No teniendo lo que necesitaría, este sauce GENERA SU PROPIA CIRCUNSTANCIA. Y yo me acuerdo de su actitud, porque la necesito.
La vida es árida, sí. Pero también aquí y allá está esa cuota de valor, de Bien, de ternura: gente que vale la pena, aprendizajes que pueden abrirnos hacia nuevos mundos... ¿Seremos un sauce llorón, penando porque no tiene río? ¿Culparemos a quien nos plantó a orillas de nada? ¿O estiraremos nuestra naturaleza para hallar lo que el alma pide? Somos co-creadores de nuestra realidad. Asumirlo es, -como suelo decirme-, el bien mayor: contar consigo mismo (así como no contar consigo es la mayor carencia). Contar consigo mismo... hasta para poder contar con otros semejantes!
Uno puede tomar la posibilidad de autodeterminación como una responsabilidad tremenda... o como una invitación a jugar el juego de los que Viven Vivos. Goethe se puso serio y lo dijo a su modo: “He llegado a la conclusión aterradora de que soy el elemento decisivo en mi vida. Para los otros y para conmigo mismo yo puedo ser una herramienta de tortura o un instrumento de inspiración. Es mi respuesta la que decide si una crisis se escala o no. Son mis acciones las que deciden si yo me ennoblezco o me degrado y si humanizan o deshumanizan a los demás. Soy el poder de mi vida..." Y tenía razón: hacerse cargo de este hecho eriza el corazón! Pero puede también hacer de nuestros nervios algo así como cuerdas de guitarra, y experimentárselo en cambio a veces como lo expresa el poeta español Luis Salinas en estos versos:
“Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.”
De nosotros (siempre de nosotros) depende. A eso podría llamársele “la libertad posible”.
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires
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ANCESTROS: "Hacer de su error, nuestro acierto"


Nuestros ancestros no terminan al irse: somos un rompecabezas hecho de las piezas que ellos dejaron. Pero no somos sólo eso: somos lo que hacemos con eso y lo que ponemos de nuestra parte, desde nuestro propio espíritu (único, singular). Te comparto algo personal: hoy mi abuela cumple 21 años. Hace 80 años que cumple 21. Nació mamá, y a los 6 meses se tuvo que ir. Nos dejó a sus descendientes cuerdas de guitarra recorriendo el sistema nervioso, oídos como gargantas, -sedientos de poemas y canciones-, y un tesón pasional que a veces nos vuelve tercos y extremos. En verdad, hizo como que se fue, pero ya descubrimos que canta a través de nuestras cuerdas vocales y aprovecha este mismo teclado para decirles, viva de risa: “Aquí estoy!”. .
No importa qué cualidades tuvieron los que vinieron antes que nosotros: de la crueldad de tu tatarabuelo pudiste haber amasado compasión, pendulando hacia el otro extremo... un gen perezoso y postergador pudo haber evolucionado hacia un temperamento calmo pero activo... y hay talentos que se disiparon entre las grietas del tiempo, siendo tu tarea sorberlos en tu plasma y darles presente. Ningún ancestro es despreciable: somos quienes pueden transformar lo que fueron, en nosotros; hacer de su error, nuestro acierto. Tampoco ningún ancestro nos da dignidad por herencia: la dignidad la sellamos cada día con lo que hacemos, no viene con el apellido. De nosotros depende, entonces, volvernos hábiles cosecheros para extraer buena fruta del árbol genealógico que nos haya tocado.
Y me permito fundar esta palabra: AUTOANCESTRAZGO. La defino como la potestad de ser uno mismo su propio ancestro, pues con lo que haga de mí hoy, -que será el pasado de mi futuro-, estoy construyendo mi identidad del mañana, de la cual soy plenamente responsable. Soy ancestr@ de mí mism@: heredaré en el futuro el legado que hoy me deje con lo que haga de mí.
Benditos sean nuestros ancestros: los más errados, los más acertados, los más lejanos y cercanos. Benditos si bendecimos nuestra vida por propia decisión. Aquí me animo a convidarles algo que escribí alguna vez, mirándome al espejo, en esos momentos en que la mente está abierta y ve. Que le acompañe a quien lo necesite!
MIS ANCESTROS
Como lava volcánica que cae
y, enfriándose, esculpe sus estatuas,
así mi identidad hoy cristaliza
la lava seminal de mis ancestros.
¿Qué rostros bocetaron mis facciones
con gestos precursores de los míos?
¿Qué manos entrenaron la destreza
de mis manos enérgicas y suaves
tejiendo mimbre, escribiendo alfabetos,
pulsando teclas en los clavicordios?
¿Quién lloró su llanto inacabado
para que yo llorara lo inconcluso?
¿Qué genéticos puntos suspensivos
retomo al afirmar mis convicciones?
Vuestro río de rasgos y pigmentos,
de tendencias, de imposibilidades,
de legados visibles e invisibles
circula en mis sanguíneas actitudes.
Miro el espejo y miro en mi mirada
las miradas de quienes nunca he visto,
encastrando en vital rompecabezas
genealógicas piezas reencarnadas:
me alimenta la boca de mi abuela,
camino con las piernas de mi madre,
las cejas de mi padre se preocupan
ciñéndose en los pliegues de mi frente,
el tesón de lejanos bisabuelos
se empecina en mis propias tozudeces,
y veo en mi sonrisa giocondina
la de ajados retratos familiares.
¿Quién de ustedes, con enamoramiento,
azuzó los fuegos pasionales,
para que, cópula tras cópula, gestaran
al crío que encarnara mi alma huraña ?
Ancestros que trenzaran un rosario
enhebrado con óvulos y espermas,
¿quién de ustedes temió lo que yo temo,
y quién pulió la daga del coraje?
¿Qué antepasado ignoto y legendario
resolvió la mitad del acertijo,
y transmitió insistentes inquietudes
para que yo asumiera lo faltante?
¿Qué memorias ajenas se me evocan
cuando recuerdo lo que no he aprendido?
Hoy me toca a mí: yo los prolongo,
les recibo la antorcha y continúo
a partir de mi posta sus caminos,
haciendo mío su perenne fuego.
Soy ancestra del futuro. En mi diana
impactan las saetas que lanzaron
con sus arcos pioneros e inexpertos,
tan inexpertos como el mío propio.
Heredo las heridas y el talento,
tratando de no herir desde mi herida,
para que el mal defina sus enmiendas
y no se perpetúe en mi progenie.
Gracias por tanto yerro y tanto acierto,
y por testamentarme la materia
que mi esencia nohumana precisara
para esta ocasión de nacimiento.
Benditos los que alearon sus metales
para que yo forjara mi Herramienta.
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires
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Imagen: Kristen Fox

VÍNCULOS: fundemos un nuevo "nosotros"



La noción de trabajar un vínculo es bastante nueva: en generaciones anteriores lo más común era que las intimidades no se hablaran y que sobre todo se procurara no disolver lazos, en cualquier tipo de relación. La necesidad de individualidad tenía mucho menos espacio que la de pertenecer a un “nosotros”. Los vínculos se daban por hechos, y eran “para siempre” (con la ventajas y desventajas que eso pudiera tener). Con las excepciones que toda regla tiene, en gran medida ese tipo de relaciones es regida, neurobiológicamente, por el instinto gregario que puja por la supervivencia: estar con otros da más seguridad, menor vulnerabilidad. Pero hasta el cerebro de los humanos va transformándose como especie... y de pronto, sobre todo para los años 60, se produjo un gran sacudón en la conciencia colectiva: con mucha fuerza nació la necesidad de ser individuos, tanto en el hombre como en la mujer (con la ventajas y desventajas que eso pudiera tener!). Desde la rebeldía crujieron siglos de formalismo... para entrar en un caos en pos de la afirmación personal. Quizá el texto más expresivo de ese fenómeno de época (época que aún no terminó!) fue el de Fritz Perls, creador de la Psicología Gestáltica:

“Yo soy yo y tú eres tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Si en algún momento o en algún punto
nos encontramos, será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.”

Y este tono fue necesario como paso evolutivo en la historia de los vínculos. Basta de ser el que los demás querían que fuésemos! Pero, aunque mucho de verdad esas palabras tienen... eso tampoco funcionó: algo faltaba. Cultivamos la individualidad sin conocer la medida justa: ignorantes en la niebla, no pudimos calcular la distancia justa entre el tú y el yo. El resultado? Excesiva separación, disolución, ausencia, precariedad vincular, falta de cuidado mutuo, escaso compromiso, mutua desconfianza, rispidez... Multitudes anhelantes de intimidad... sumidas en soledad. Entre hijos y padres, entre padres e hijos, entre amigos, en la pareja... Un desbalance entre el “yo” y el “nosotros”; un miedo feroz a que el “nosotros” anule al “yo”.

Pero quizás otros modelos de individualidad y de relación hoy se avecinen: como Humanidad, los vamos “horneando” (algunos pocos pioneros, desde hace décadas). Se trata de vínculos de colaboración esencial, en los que el propósito recíproco es hacerse la vida existencialmente más fácil y rica, ayudarse a ejercer lo mejor de sí, servirse de apoyo mutuo para evolucionar, para des-plegar lo aún re-plegado. Vínculos conscientes en los que cada partícipe trabaja con vigor para afirmar una individualidad sana, pero inclusiva del otro. Se habla de las intimidades y se las pule: se toma el vínculo como Camino, reconociendo el valor de haber encarnado juntos. Se co-labora (se trabaja-junto-al-otro) para que la solidez no venga sólo del instinto gregario, sino de la potencia del espíritu. Fundemos muchos “nosotros” abiertos y sanos: alianzas donde la individualidad no vaya en desmedro del conjunto, sino que lo nutra... y donde el conjunto no asfixie al individuo sino que lo cobije y le dé contexto.

Un extraordinario monje Zen nacido en Vietnam en 1926, Thich Nhat Hanh*, observando y promoviendo este nuevo tipo de vínculo subrayó su connotación espiritual: décadas después respondió a aquel poema de Perls, reescribiéndolo según la necesidad de este tiempo. Y dijo así:

“Tú eres yo y yo soy tú...
Tú cultivas la flor que hay en ti
para que yo sea hermoso.
Yo transformo la basura que hay en mí
para que no tengas que sufrir.
Yo te apoyo
y tú me apoyas.
Estoy en este mundo para darte paz;
tú estás en este mundo para darme alegría.”

Este “nosotros” se cultiva en medio de la dificultad cotidiana, recordando que en la persona que tenemos enfrente hay una porción de Vida que necesita atravesar la experiencia humana. Eso es lo que significa "Tú eres yo y yo soy tú": que estamos hechos de lo mismo! (No que debamos perdernos en el otro, no...) Quizás esa ayuda mutua sea la expresión más sólida del Amor: apoyar a que eso trascendente que hay en mí y en el otro se vaya de este mundo más expandido que como vino. Tal vez a través de esa evolución de individuos amparados por un nuevo "nosotros" sea la próxima etapa hacia una Humanidad mejor. Tan difícil, tan simple. Que podamos ir aprendiéndolo!

* Thich Nhat Hanh es monje budista desde hace más de cuatro décadas, poeta y valiente activista por la Paz. Está como refugiado político en Francia desde 1972, por su combate pacífico empezado durante la guerra de Vietnam. En su país fundó la Universidad Budista de Van Hanh. Enseñó en la Universidad de Columbia y la Sorbona. En 1967 Fue nominado por Martin Luther King para el Premio Nobel de la Paz. Ha escrito más de 60 libros. A sus 85 años sigue ayudando a los refugiados de todo el mundo. Sus textos y conferencias se centran a menudo en la necesidad de transmitir a la acción cotidiana y social una intención profunda de amor surgido de una atención consciente. Ver más sobre él clickeando aquí. (La traducción del poema es de Alfonso Colodrón.)

© Virginia Gawel
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Imagen: "Walking couple", de Vincent Van Gogh

martes, 20 de agosto de 2013

LA LÁSTIMA DE SÍ: Una jaula prescindible


La práctica de la compasión consciente empieza por ser gentil para con el propio dolor, sí. Sin embargo, habrá que ser muy sagaces para observar cuándo nos resbalamos hacia un terreno pantanoso que se le parece... pero que no es. Me refiero a la lástima de sí. Tenerse lástima es disfrazar de dolor legítimo la superficial heridita, y fundamentar en ella nuestra importancia personal; manipularla íntimamente hasta que se convierta en eje de un drama cuyo guión suscribimos: en él nos vemos como domésticos héroes, ejecutando por la vida la opaca partitura de nuestro tango privado. Y sucede que así uno se vuelve dos cosas: denso para sí mismo (dañándose de manera muy poco compasiva)... e insufrible para los demás por voto unánime! Alguien nunca ha caído en esta trampa?

Y cuidado: la lástima de sí no siempre se expresa en palabras; a veces es como una canción sin letra: sólo una melodía taciturna, tocada hacia el mundo como con sordina, pero sonando dentro tan fuerte... que uno no puede escuchar ya a nadie; se evidencia apenas mediante suspiros, una postura corporal, un lánguido tono de voz que sólo sugiere cuánto sufrimos... Es que ser mártir de sí mismo cuesta mucho trabajo!

Pero SI NOS DAMOS CUENTA... el cambio de actitud puede tomar sólo un instante: levantar el rostro, alzar el pecho, hablar con el vigor que da la dignidad, mirar a los ojos al otro, e internamente poner en contexto la heridita para devolverla a su modesta dimensión. El contexto está hecho de nuestros propios dolores legítimos, padecidos y superados... está hecho del inconmensurable dolor de tantos seres sintientes... Y también está hecho de la maravilla que nos rodea: la justa valoración de todo lo que hay, somos, podemos. Entonces soltamos el drama: nos auto-liberamos, abriendo desde adentro esa prescindible jaula que es la lástima de sí. G. Gianella lo dijo de este modo:

“Los que tienen pena de sí mismos
andan en busca de consuelo.
Pero el que acepta el misterio que ha encarnado,
se zambulle en ese misterio.
Y ya no tiene tiempo de tenerse lástima:
apenas tiene el misterio del momento presente.
Y el presente no se puede buscar en ninguna parte,
porque se encuentra en todas.”

© Virginia Gawel -
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Imagen: Steve Palmer