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martes, 27 de agosto de 2013

Permiso para deselegir


Existen palabras que están como a punto de nacer, pero todavía no hay suficiente cantidad de gente que esté consciente de su ausencia. Sin embargo... un día las entrañas de muchos se constriñen porque se está dando a luz una nueva comprensión colectiva; y entonces la palabra, como un niño, corona de boca en boca, cual si fuera un parto múltiple, de a cientos... de a miles... Creo ver naciendo, así, una palabra que algún día se volverá imprescindible: deselegir.
Y es que, generación tras generación, hemos creído elegir; elegir la vida que construimos, nuestros quehaceres, nuestros amores, nuestras creencias… nuestros hábitos: hábitos corporales, mentales, emocionales… hábitos. Pero un hábito no es más que un dispositivo automático generado para que nos resulte más sencillo habitar esta Tierra. Mas lo cierto es que eso no fue "elegir "(aunque haya quienes vivan y mueran creyendo que sí): fue adaptarse a lo que sentíamos que era “lo mejor”, creando defensas eficaces para sobrevivir. Pero un día, poco a poco, la conciencia ve, y recién entonces aparece la posibilidad de e-legir. Porque quien elige es un e-lector: un individuo que se discierne a sí mismo de esos "implantes automáticos" y se detiene a leer su realidad; así se da cuenta de lo obvio, asombrado de cómo no había advertido que eso obvio lo estaba asfixiando. (Lo obvio no se ve, justamente porque siempre está ahí, como las pestañas de nuestros ojos…)
En ese proceso uno se palpa por dentro, se ausculta, se escucha... Y puede ser que por un tiempo no sepa qué elegir para sí; pero, aun así, -a pesar de su confusión-, le advenga en cambio una contundente claridad respecto de qué es lo que necesita deselegir lo antes posible: aquello que le hace mal a su ánimo, a su cuerpo, a su tiempo, a su más clara hondura. Costumbres, vínculos, automaltratos y maltratos ajenos, actitudes, destinos erróneos… Entonces es posible que un vigor acrecentado le dé a uno la bravura suficiente como para ejecutar ese magnífico acto que vira el timón de nuestra barca hacia su verdadero Norte. Y así pueda deselegir. Y respirar hondo, porque habrá hecho espacio para lo nuevo.
Y, como en esa instancia uno se siente genuinamente fuerte (aunque a la vez sea delicado como un lirio), ya no necesita tantas defensas: cada vez que lo precise, elegirá desdefenderse (palabra también necesaria, que no implica quedar indefenso, sino instalarse en la mejor condición en la que un ser humano pueda estar: abierto a quienes valgan la pena, en afinidad con la Vida, y contando consigo mismo). Alguna vez lo escribí así:
Mi armadura es la desnudez.
Mi refugio es la intemperie.
Mi defensa es entregarme
desprovista de corazas.
Apoyada en el vacío,
confío en la incertidumbre.
Amparándome en lo frágil
fortalezco transparencias.
¿Y qué hago? Hago silencio
para que puedas oírme.
© Virginia Gawel
Psicóloga, Directora del Centro Transpersonal de Buenos Aires
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www.centrotranspersonal.com.ar

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