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domingo, 19 de agosto de 2007

El miedo al error

A veces somos propensos a cometer cierto tipo de error: el error de no hacer, para evitar el error; uno se ovilla sobre sí mismo, abstrayéndose de actuar, en la mortal ilusión de que si no actúa no se equivocará. Y aunque en algunas ocasiones abstenerse de obrar puede ser sensato, cuando esto es fruto del miedo al error puede ser fatal. Tomar el riesgo del error para concretar nuestro anhelo más genuino, aún en las pequeñas cosas, es el motor del Sentido para cualquier vida. Y cuando eludimos la decisión de ese hacer, caemos en la trampa que señaló rudamente William Blake: "Quien anhela y no obra, engendra peste." (Ups!)

Así como "vocación" refiere a la voz interna (vocare) que nos propulsa para que nos orientemos en determinada dirección, "equivocarse" viene de "equi-vocare"= "tomar por acertada una voz interna que es errada, equivaliéndola al acierto (equi)". Sí. Y qué? Es natural: ser humano es ser una criatura propensa al error, y a través de ello es que esa criatura evoluciona. Equivocarnos nos vuelve más modestos: la vida nos muestra nuestro verdadero lugar. Errar nos hace madurar, y asumir el error como tal, procurando reparar a quienes ese error haya dañado, nos humaniza. Y si hay algo triste de ver en el mundo, es quien se sustrajo de obrar por miedo al desacierto: uno se vuelve media persona, pues se ha sustraído no sólo al error, sino también al acierto que la acumulación de errores puede propiciar. Pues la acumulación de errores es casi siempre el paso necesario para aproximarse a ese a-cierto, (es decir, a lo cierto: a la Verdad). De modo que concedernos la posibilidad de equivocarnos implica otorgarnos una libertad fundamental.

Les compartimos estas palabras del filósofo contemporáneo Jacob Needleman, tan claro para decirlo:

"Lo que sucede es esto: nos equivocamos,
y con mucha frecuencia.
En momentos insignificantes,
inadvertidos, una y otra vez nos equivocamos,
nos olvidamos o nos engañamos.
Minutos o décadas más tarde,
podemos darnos cuenta de lo ocurrido,
hacernos conscientes, volver en sí.

En ese momento experimentamos
una súbita y aguda conciencia
de nuestra falibilidad, nuestra falta de realización,
la debilidad de nuestra atención,
la crudeza de nuestra comprensión.
En esos momentos nos sentimos
humillados y desconcertados,
resultando todo ello desagradable para el ego,
hábil como es en impedir que tales sentimientos
entren en la conciencia. Frecuentes fallos de la atención
y la discriminación resultan inevitables;
el recobrarse conscientemente de ellos
no se produce en forma automática.

La capacidad de experimentar estas humillaciones
altamente instructivas y correctivas y permitirles inculcar
una genuina humildad es, desde nuestro punto de vista,
crucial para el arte práctico del desarrollo espiritual interno."

JACOB NEEDLEMAN

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Imagen: "L ´homme au chapeau melon", de René Magritte.

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